“Hacemos arte de nosotros mismos”

Barnet Newman




En un aguafuerte de William Hogart, trabajado a la manera negra: “El tiempo ahumando una pintura” (1761) aparece un anciano Cronos fumando en pipa, sentado sobre restos escultóricos y ahumando un cuadro en el que ha clavado una guadaña atravesando el lienzo.

En una reciente entrevista, el pintor Enrique Larroy contestó, a la pregunta “defina el arte contemporáneo en una palabra”, con un rotundo: “Humo”.

Desconozco la intención de la alegoría de Hogart, aunque supongo que forma parte de las series satíricas que popularizó al gusto de la época y que poco o nada le incumbe aquello de la “muerte del arte” con que nos marearon algunos años después “pensadores” italianos del asunto, ora entre la “definición” (Eco), ora alrededor del “lenguaje” (Calabrese) y que la estampa de Hogart tiene más que ver con aquello que dicen que dijo Goya: “el tiempo también pinta”.

Sin embargo, si conozco a Larroy y aunque en la entrevista que les comento explica su definición recurriendo a la ironía, a lo volátil del “color” y a la metáfora “de situación”, quiero adivinar que, por un lado (nada desdeñable por cierto), se refiere al microcosmos de partículas sólidas en suspensión que resultan de la combustión incompleta de “ideas condimentadas” (cada vez con más residuos tóxicos) que se produce en el “espacio geolocalizado” que, para entendernos, llamamos “arte” (a ese “humo secundario”). Y por otro lado (mucho más interesante aquí), alude al “humo de fragua”, a ese activo axiológico que constituye el entorno donde se acrisola la creación; el que estructura, a pesar de óxidos y pátinas, una suerte de ondulación en superficie y un inmaterial “fondo vital” (eso que, para entendernos, algunos denominaban “belleza intangible”). Dos espacios que se entremezclan “guapamente” con hábil sutileza.

Y aunque los dos sabemos que no existe conexión conceptual entre el arte y la estética, porque las consideraciones estéticas son ya ajenas a la “función" o “razón de ser” de un “objet d’art” (tal y como lo afirmaba Donald Judd: “si alguien lo denomina como arte, es arte”), es seguramente la idea del humo lo que mejor define el arte contemporáneo como espacio.

Así, por el “humo”, llegamos a dos conceptos (tiempo y espacio) de tamaña dimensión que, lejos de intentar relacionarlos (eso se lo dejo al artista), me voy a ceñir a recordar lo que el mismísimo Kant ya concluyó: que el espacio y el tiempo eran, en tanto que intuiciones puras, conceptos subjetivos.

Y es que de esto va, de alguna manera, esta nueva exposición de Vicente Villarrocha, de un “espacio” y de un “tiempo”. Naturalmente subjetivos.

Hace cinco lustros VVA (Vicente Villarrocha Ardisa) utilizó un pie de foto (“un río de puentes”) encontrado en un libro de Víctor Gómez Pin para titular una exposición que pretendía ser un punto y aparte para reiniciar un paseo por una “maniera” de pintar, utilizando “su” ciudad como pretexto. Años después, para el catálogo de la exposición FORTEA-VENEZIA, Alejandro Ratia creó las siglas VVV (Vicente Villarrocha, Veneciano). Y el recordado Angel Azpeitia, a propósito de la anterior exposición individual de VVA en A del Arte, lo explicitó negro sobre blanco en las páginas del Heraldo describiendo cómo para Villarrocha no hay nada más promotor de la pintura que “su” Venecia. Ya tenemos el “espacio”.

En realidad lo que trata de hacer VVA cíclicamente es reencontrar un “nuevo” modelo relacional para enfrentar la “apariencia” al “concepto”, lo que supone un cuestionamiento de la práctica del arte reacia al medio como mensaje. Y es que el medio “de siempre” ofrece paradigmas estructurales y limitaciones al mismo tiempo; posibilidades, en suma, donde sus recursos tradicionales, en función de su presentación, constituyen su idea de arte (por ejemplo, un lienzo de forma rectangular tensado en un bastidor de madera y manchado con este y aquel otro color, usando estas y aquellas formas, otorgándole una experiencia visual…). Nada nuevo, naturalmente.

Otra manera de plantearlo sería que el “lenguaje” del arte sigue siendo el mismo, pero dice otras cosas…, en fin; el caso es que VVA, que durante mucho tiempo y con ingenuidad provinciana, ha rehusado la denominación de “artista” para adjudicarse solamente la de “pintor”, viene descubriendo que es posible, desde la práctica del dibujo y la pintura, “hablar con otro lenguaje” y “tener sentido” desde la subjetividad como base, eclipsando así el complejo asunto este de autotitularse.

Para este “nuevo” proyecto “de Venezia”, seguramente el más autobiográfico de todos, que supone la segunda exposición individual del pintor en el espacio de A del Arte, el título estaba impreso en la caja de rotuladores-marcadores fluorescentes que Carmen se había dejado encima de la mesa: “Evidenziatori”. Porque de lo que se trata es de evidenciar una relación temporal con un espacio. Una relación “vivida”. Ya tenemos el “tiempo”.

Otras veces ha titulado el pintor Vicente Villarrocha una exposición en italiano, y el poner título a las exposiciones es una constante, una suerte de “clave de lectura” (no hay diferencia aquí entre escritura y pintura) para encontrar significados o buscar significantes entre la hecatombe de argumentos que de forma implacable arrasan el lenguaje del arte. Y, otra vez, el idioma italiano era el que mejor “nombraba” (más fonética que literalmente, claro) una propuesta de trabajo para el pintor de palabras. Un proyecto con el que evidenciar un tiempo significado, como “de marca”; un hipervínculo con “su” ciudad (a la manera -mas o menos- de aquellos homenajes que hacía Ramón Gaya a “sus” pintores colocando monografías y catálogos como fondo de una “naturaleza muerta”).

Así las 20 Bienales de Venezia consecutivas en las que VVA ha estado (y en las que hemos coincidido más de una vez), o mejor dicho las 20 portadas de los correspondientes catálogos reunidos, son el pretexto de fondo para poner en evidencia los 40 años de presencia continuada en la ciudad del “río de puentes”. Tiempo y espacio como argumento. Dibujos “del natural”. De frente. Claroscuros clásicos, “de género”…, reelaborados como si fuesen una estampación “a la manera negra” e intervenidos con trazos, signos, nombres…; y es que a VVA como a Twombly le interesa “el placer de lo que sucede” y entiende que la obra nace donde termina su plan previo de ejecución.

Los catálogos originales que acompañan a sus representaciones sirven para escenificar un cambio de función que va de la “apariencia” (envasados en bolsas para congelar) a la “concepción” (evidenciando certezas temporales). Una instalación para recordar aquella “Una y tres sillas” de Joseph Kosuth. Todo el arte (después de Duchamp) es conceptual.

“Evidenziatori” en A del Arte se completa con pinturas que Villarrocha denomina “sueños de vedutista”. En realidad “fragmentos” de un “no lugar” arruinado al que el pintor regresa cronológicamente, como emulando lo que Proust contaba en una carta: "Venecia es en exceso, para mí, un cementerio de felicidad” (aunque Proust parece que solo fue un par de veces). Unas “vedutas” que son perspectivas de puentes sin “otro lado”, esta vez, intervenidas “al dripping” con “ácromos Manzoni” que rebaten la famosa definición de Maurice Denis: ”Recordad que un cuadro, antes de ser un caballo de batalla, una mujer desnuda o una anécdota cualquiera, es esencialmente una superficie plana cubierta de colores reunidos con cierto orden”.

Me señalaba VVA, al hilo de estas líneas, un poema de Robert Frost (“Fuego y hielo”) del que rescato dos versos para terminar: “Hay quien dice que el mundo acabará en fuego, / hay quien dice que en hielo.” A ver si la poesía nos sirve, al menos, como base intuitiva para orientarnos entre el humo (y a través de la niebla).


Texto de B. Gimeno






                                                                                                                                              






                                                  

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EVIDENZIATORI

14 de febrero - 15 de marzo 2019

VICENTE VILLARROCHA


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